España se resiste a implantar técnicas para educar los sentimientos, salvo algunos centros pioneros - La corriente divide al profesorado
El pequeño Darío (11 años, sexto de primaria en un colegio público de Madrid) no atiende en clase de lengua porque se aburre y se dedica a interrumpir y a molestar a sus compañeros. La profesora, tensa porque el curso se agota y apenas ha cumplido la mitad del temario impuesto por Educación, pierde los nervios, grita y castiga al alumno a salir al pasillo. Al día siguiente, la escena se repite. Y también la semana siguiente, y la otra, y la otra, y así hasta entrar en una espiral perversa que a ella la sitúa al límite de su resistencia y al chico lo va hundiendo en un pozo del que no sabe cómo salir y que le genera rechazo a acudir cada día a ese lugar desagradable llamado colegio. ( Ver artículo completo )
El pequeño Darío (11 años, sexto de primaria en un colegio público de Madrid) no atiende en clase de lengua porque se aburre y se dedica a interrumpir y a molestar a sus compañeros. La profesora, tensa porque el curso se agota y apenas ha cumplido la mitad del temario impuesto por Educación, pierde los nervios, grita y castiga al alumno a salir al pasillo. Al día siguiente, la escena se repite. Y también la semana siguiente, y la otra, y la otra, y así hasta entrar en una espiral perversa que a ella la sitúa al límite de su resistencia y al chico lo va hundiendo en un pozo del que no sabe cómo salir y que le genera rechazo a acudir cada día a ese lugar desagradable llamado colegio. ( Ver artículo completo )
REPORTAJE de JOAQUINA PRADES en El País. 05/09/2008
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